El móvil irrumpe en la hora de la siesta con el sonido característico de un nuevo e-mail.  Es martes, ese día de la semana que muchos se empeñan en coronar como el más pesado y cruel, el más anodino y largo de la semana, ¡un coñazo! Pero no, hoy no toca. Hoy las noticas son formidables. La teniente Ripley recogerá el Premio Donostia en la 64 edición del Festival internacional de Cine de San Sebastián.

Esta dama alta, elegante, que cuando ensaya ante la cámara ese gesto suyo, tan característico de apretar las mandíbulas, impone hasta al Alien más depredador y sanguinario. ¡A ver quién se atreve con la Weaver cuando te mira así!

Sigournye Weaver marcó, e incluso tatuó a una generación. Resultaba difícil encontrar una pareja cinematográfica a la altura física y actoral de esta neoyorquina de aspecto intelectual e inaccesible. De hecho, resulta difícil imaginarla en pareja. Yo siempre la recuerdo sola, compleja, capaz y rotunda, como su mirada castaña de mujer independiente.

 Comenzó con un mínimo papel en la divertidísima ‘Annie Hall’ del genio de Manhattan, para protagonizar, dos años después, la película que sentó cátedra en el género de terror, la desasosegante ‘Alien’, en la que daría vida a su papel más emblemático, la eterna teniente Ripley.

Allí todos caímos rendidos a sus pies. Los chicos, ante esa camisetita de tirantes y una mínima braguita que se empeñaban, con dificultad, en esconder una constitución andrógina aunque perniciosamente sugerente. Las chicas, ante el prototipo de mujerona que se resiste, con uñas y dientes, ante la fútil búsqueda de un príncipe azul porque, seamos honestos, ella nunca lo ha necesitado.

Esta eterna candidata a premios grandes, incluidas tres nominaciones como actriz en los premios Oscar de la Academia de Hollywood, reinará por derecho propio el próximo 21 de septiembre en el Kursaal de San Sebastián, durante la gala de presentación de la nueva película de J.A Bayona, ‘Un monstruo viene a verme’. Nuevamente nos intimidará con su grave frialdad desde la pantalla aunque, a buen seguro, se nos olvide después si la vemos sonreír cuando porte entre sus manos el bonito y plateado Premio Donostia.

Muchos seremos lo que acudamos a dejarnos las palmas aplaudiendo a este mito moderno del cine, a dejarnos seducir de nuevo por esa magia estúpida de la frívola mitificación de la imagen, y ¿por qué no hacerlo? cuando Sigournye Weaver hace mucho tiempo que forma parte de nuestras vidas, e incluso de nuestras personalidades.

O eso fue lo que pretendimos alguna vez.

Isabel Ribote